¿Por qué le daba mil vueltas a lo que iba a decir?

Siempre he evitado los enfrentamientos, las situaciones que me causaban malestar.

Para mí un enfrentamiento podía ser cualquier cosa, porque era una exagerada de tomo y lomo.                                                                                                       

Me acuerdo de un día que una amiga me preguntó, a ver que me parecía su nuevo conjunto.  

¡Ostras Pedrín!                                                                                                                                  

A mí no me gustaba para nada.                                                                                          

Me parecía un esperpento.                                                                                                 

Yo no me lo hubiera puesto ni aunque me lo hubieran regalado.                                                  

Y en ese momento, solo veía dos opciones. 

Ser una bocachancla y decírselo a bocajarro.

Así sin anestesia, vamos.

O…

Empezar a darle vueltas rápidamente en mi cabeza pensando a ver que le iba a decir.

Y no era precisamente para decirle que le quedaba bien, 

si no que, como le decía que era un horror, sin que ella no se ofendiera.

¡Misión imposible!

Es que siempre me iba de un extremo al otro, no tenía término medio.

¿Qué pasó?

Ilusa de mí, me puse a darle vueltas a ver cómo se lo decía para que no se ofendiera.

Y en ese momento crucial…

¡¡¡Ta chan!!!

Ahí, justo en ese momento es cuando aparece en escena El Estrés.

Las manos sudorosas, la boca seca, la voz quebrada…

Los pensamientos que rodaban por mi cabeza eran el tipo:

Pero, ¿cómo me puedo poner así por semejante chorrada?

¿Qué le digo yo a esta para que no se enfade conmigo?

La cuestión es que tardé mucho en darle una respuesta.

Y si, por supuesto, al final me salió el tiro por la culata.

Porque en ese rato, mientras yo me liaba con mis pensamientos, mi amiga se dio cuenta de que no me gustaba su conjunto y se enfadó conmigo.

Por no haber sido sincera con ella, me recriminó.

La cosa es que estuvo enfadada conmigo un par de días.

Pero éramos buenas amigas y me llamó y me pidió que la próxima vez le dijera la verdad.

Yo le dije que sí, pero a la vuelta de la esquina seguía haciendo lo mismo.

Porque tampoco sabía decir las cosas sinceramente y decirlas suavemente, que era la mezcla de los dos extremos.

En esa época era una bienqueda y lo que hacía era intentar decirles a los demás lo que querían oír.

Esto de las relaciones humanas, no era mi fuerte, tengo que reconocerlo.

Hoy en día le hubiera contestado de otra manera, integrando los dos polos.

Porque ahora sé que si me parece bonito o feo, es mi opinión con base en mis creencias. 

Y eso sirve para mí, no para los demás. De otra manera estaría juzgando a esa persona.

Vamos, que a mí no me tiene por qué gustar el conjunto y no tengo por qué decírselo.

Yo ahora le diría algo así:

-¿Y a ti, te gusta cómo te queda?

-Porque eso es lo realmente importante. Que a ti te guste.

No me estreso, no sufro.

No me lío con mis pensamientos, ni me meto en mil jardines.

Y encima, de esta manera le estoy dando a mi amiga la posibilidad de que se valore ella misma, diciendo que le gusta cómo le queda el modelito.

Así he conseguido darle la vuelta a esta situación y  no estresarme cuando me piden mi opinión de algo sobre lo que no quiero opinar.

Porque el estresarme por todo era una de las cosas que menos me gustaban de mí y que quería cambiar en mi vida.

Si tú también tienes este tipo de problemas,  quieres solucionarlo y no sabes cómo hacerlo o te cuesta horrores conseguirlo,

puede que te interese una Sesión gratuita de Terapia de Vida Integral conmigo.

Si es así, ponte en contacto conmigo por aquí y te explico cómo conseguirlo.

Comparte este artículo:

Te envío la historia de la vez en la que casi me quedo calva una semana antes de mi boda:

Deja un comentario